lunes, 25 de abril de 2011

La barbería de mi infancia


























A veces, la ciudad te puede sorprender con hallazgos inesperados, que te retrotraen a épocas felices. Por lo menos así me pasó a mí, al tropezarme con la barbería en la que me cortaba el pelo en mi infancia, la primera de la que tengo memoria: la Barbería Gómez, en la calle Baldó de Bello Monte (para que se ubiquen, es la calle que sube desde la Casanova hacia el Boulevar, y que tenía a Bazar Bolívar - hoy Traki, me parece- en una esquina). Es notable que, en una ciudad tan cambiante, un negocio por el estilo se haya mantenido durante todo este tiempo (según mis cálculos más conservadores, debe tener alrededor de 45 años, por lo menos desde que yo empecé a frecuentarla). 

Lastimosamente la barbería estaba cerrada, por lo que no pude observar su interior. Pero estoy casi seguro de que sigue igual, con sus dos sillas de barbero, sus lavamanos al frente , el enorme espejo, un sofacito para aguardar el turno, y la caja registradora. Dificulto que los dueños sean los mismos de antaño, pero quisiera creer que es así, o que por lo menos sean sus descendientes. De lo que tengo absoluta certeza es que el letrero en la vidriera es el mismo, retocado a lo largo de todos estos años: esa "Z" volteada es inolvidable.

Al verla, muchos detalles afloraron a mi memoria: el amplio delantal con el que me cubrían la ropa (de un blanco inmaculado), el contacto de la tijera con mi cabello, el sonido de la máquina de rasurar, el olor a colonia mentolada con la que me refrescaban el cuello una vez terminado el trabajo, la conversación del barbero (¿Sería el señor Gómez?). Y un recuerdo, pecaminoso para la época pero que hoy me hace sonreir: mi primer contacto con la figura femenina ligera de ropas, gracias a una pila de revistas vagamente pornográficas que estaban en la mesita de centro, y que pude ojear con muchísima curiosidad pero con muchísima pena, al mismo tiempo. Recuerdo haber comentado el hecho en casa, y que en mi siguiente visita (esta vez ansiada) ya las revistas habían desaparecido, tal vez por recomendación de mis padres. 

Puede sonar banal e intrascendente, pero esa barbería simboliza un hecho importante en mi vida: la primera salida a la calle, solo, a hacer una diligencia. Y además la toma de decisones: en ese lugar solicité que no me cortaran el pelo con el corte militar al que estaba acostumbrado, sino que me dejaran un atisbo de melena, tal cual se empezaba a usar en esos años de cambios, los sesenta. Y según recuerdo, así fue.

Me alegra mucho haberme tropezado con ese trozo de mi vida que estaba enterrado en la memoria, antes de que la ciudad, en su voracidad constante, se lo tragara. Aunque más nunca vaya a entrar en ese lugar, se que está todavía allí. Por ahora.

2 comentarios:

  1. Me identifico mucho con tu relato, pues mi padre es barbero, y como tú lo refleja, son poco cambiantes ( afortunadamente) pienso que es de los pocos que quedan .. a pesar del nuevo estilista ..
    María F

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  2. Esos lugares, mantenidos por la pasión y la tenacidad de sus dueños, son especies en vías de extinción. Ojalá Dios le de larga vida a tu padre, y muchos años más de disfrute en su negocio, María.

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