martes, 20 de marzo de 2012

El silencio

Esta es una carta que envié al concurso "Cartas de amor", de Montblanc, y no fue preseleccionada. La escribí recordando un momento de mi vida en el cual la sombra de la pérdida estuvo rondando por mi casa, y plasmé lo que hubiera sentido si se hubiera presentado un desenlace adverso, cosa que gracias a Dios no ocurrió.

Hola, mi pequeña belicosa. Descuida, no te escribo para pelear; esa etapa pasó, ya me estoy resignando.Te escribo por ser hoy una fecha especial: tal vez no lleves la cuenta, es más, estoy seguro de que es así. Pero hoy se cumplen diez meses.

Ya diez meses me separan de tu despedida, aunque siento que son cien años. Diez meses en los cuales nos hubieran podido pasar muchas cosas – cosas hermosas, cosas tristes, cosas triviales – pero en los cuales, gracias a tu habitual terquedad, no ocurrió nada. Nada, en absoluto. Nada, aparte de los minúsculos y baladíes eventos cotidianos, que cobraban otro significado cuando los compartía contigo, y ahora no son más que la eterna repetición de una pesadilla aburrida. Mi vida se está convirtiendo en una especie de espera de lo inevitable. El reloj y el calendario son mis mudos acompañantes en este viaje hacia la nada.

Quise escribirte una carta que expresara todos los sentimientos, la indignación, en resumen: el dolor que me produjo tu inesperada partida. Cuando empecé a borronear la resma de hojas que tenía preparada para la ocasión, una sola idea recurrente giraba en mi mente. Nunca había escrito poesía, y no se si las líneas siguientes puedan calificarse como tal; sin embargo te puedo garantizar que lo que viene a continuación refleja de manera bastante fiel mi estado de ánimo actual. Espero sepas perdonar mi ramplonería, tu, tan aficionada al Cancionero del amor y el dolor.

Cuando arribo a una casa vacía,

Cuando a nadie mi ausencia hiere,

Cuando mi vida es poblada por sombras…

Cuando el silencio aturde.



Cuando los días son todos iguales,

Cuando nada logra excitarme,

Cuando el lecho me aguarda vacío…

Cuando el silencio aturde.



Cuando estoy solo en la muchedumbre,

Cuando mi cena es fría e insabora,

Cuando incluso los libros me hastían…

Cuando el silencio aturde.



Cuando ya no consigo motivos,

Cuando en nada hallo consuelo,

Cuando la muerte se me antoja salida…

Cuando el silencio aturde.


Sí: lo que más me duele, me mortifica, me apena y me derrumba es eso: el silencio. El silencio se ha instaurado, terrible guardián, en mi vida. Añoro tu risa cristalina; añoro tu voz desafinada, cantando letras inventadas; añoro, inclusive, tus gritos de indignación cuando dejaba algo tirado. Desde hace diez meses el silencio me acompaña, implacable.

Por encima de todo, existe un sitio en donde el silencio es absolutamente notorio, y del cual me he convertido en asiduo visitante, cada sábado y cada domingo, desde hace diez meses: el lugar en donde voy a dejar esta carta, junto con las flores y las furtivas lágrimas que me daré el lujo de soltar copiosamente, sobre esa lápida que tiene grabado tu nombre en una placa de bronce.

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