sábado, 28 de diciembre de 2013

Frágil



Tan delicada como la tela de la araña,
tan efímera como la vejez de la mariposa,
tan incierta como la próxima lluvia,
tan quebradiza como las hojas secas.

Nunca sabemos del próximo día,
y sin embargo
hacemos planes a largo plazo
como si fuéramos los dioses del tiempo.

Nos encanta creer
que tenemos el control,
porque somos engreídos
y, sobre todo, ilusos.

Tal vez sea mejor dejarse llevar,
seguir el flujo,
asombrarse por cada nuevo amanecer,
dar gracias al caer la noche.


sábado, 21 de diciembre de 2013

El viaje



Bifurcaciones caprichosas me han traído hasta aquí.
Camino largo, ritmo irregular,
vueltas en U.
Círculos viciosos, tal vez demasiado viciosos, a veces.

Temporadas detenido en parajes cómodos,
pero engañosos.
Creer haber llegado y no estar en ningún sitio.

Darme cuenta, tal vez muy tarde,
y retomar la marcha,
apuntando hacia otro lado.

En alguna curva de la vía
me detengo un rato a tomar aliento,
a sopesar opciones,
a cavilar.

No, no me he equivocado.
Hice lo correcto.
Ahora, a reanudar el viaje,
sin arrepentimientos.

jueves, 12 de diciembre de 2013

Artificios

A todos mis hermanos Grinch

Se acaba el año.
Toca ponerse la máscara de felicidad,
asistir a unas cuantas fiestas,
tomar todo el whisky que te pase por delante,
fingir alegría hasta casi sentirla.
Después de todo hay que celebrar,
celebrar a toda costa,
celebrar qué coño,
celebrar.

Vamos, deja la amargura.
La gente tiene buenas intenciones.
Los árboles el pesebre las luces los santas
están para atestiguarlo.
El que adorna su casa no puede ser
mala persona.
¿No?

Navidades de plástico,
Navidades bébete un trago,
Navidades la gaita,
Navidades come como un desaforado,
Navidades fuegos artificiales
que asustan a muerte a las pobres mascotas.

Respira la pólvora
que te espera el 31,
mientras ves el espectáculo
de miles de miles de devaluados bolívares
quemados en el altar de la inconsciencia.

Qué más da,
es solamente una vez al año.

Por fortuna.


martes, 10 de diciembre de 2013

Casas cansadas

De noche las casas adquieren vida propia,
que se manifiesta a través
de una voz enigmática pero inconfundible,
un lamento quedo,
un quejido provocado
por el peso de los años
que les han pasado por encima.

Algunos piensan que son
los fantasmas de antiguos moradores
que vagan por los pasillos
arrastrando pasos cansados,
cadenas y demás artefactos espectrales,
pero esas son creencias infundadas.
Es el llanto de las maderas,
de las vigas, de las paredes,
aquejadas por achaques propios de ancianos,
ateridas por el frío que les provoca
reumatismos geológicos, minerales.

A veces despierto de madrugada
y escucho a mi morada
emitir apagados sollozos lastimeros.
Como si su edad, que ya es avanzada,
la hiciera clamar por descanso.
Pero, ¿cuándo puede descansar una casa?



sábado, 7 de diciembre de 2013

Las Corocoras: lugar 5, comida 4, atención 1.



El Parque del Este tiene un lugar sumamente acogedor, a la orilla del laguito de las aves acuáticas. Un lugar privilegiado, en donde se disfruta de un ambiente umbroso, un grato silencio y una hermosa vista. Y se puede comer, también. Se trata del Restaurant Las Corocoras.

Esta mañana pensé en invitarle a mi esposa un juguito en ese sitio, después de nuestra habitual caminata, pero estando allí vimos que ofrecían desayunos criollos, y como teníamos esa comida pendiente decidimos aprovechar y resolverla allí. Nos tomó la orden un muchacho muy amable, y nos invitó a sentarnos, previo pago del consumo, que ellos nos llamarían cuando estuviera listo. Así hicimos, y nos pusimos en una de las mesas más cercanas a la orilla del lago, para  tomar algunas fotos mientras salía nuestro pedido.

El tiempo iba pasando, y cuando nos comenzó a parecer que ya era demasiado, y notamos que muchos clientes que habían llegado después de nosotros ya estaban comiendo, me fui al mostrador a ver qué pasaba. Allí se acabó la amabilidad. Le pregunté a una señora que parece la jefe del sitio, y me dijo que no había ninguna orden pendiente, así, de buenas a primeras. Por fortuna el muchacho que había tomado la comanda apareció y dijo que sí, pero que aparentemente se había traspapelado. Cuando comencé a manifestar mi inconformidad (ya había pasado más de media hora) la señora me dijo que yo tenía que esperar. NUNCA HUBO UNA DISCULPA. Simplemente la explicación de que en la cocina se había extraviado la orden. Para cerrar el episodio, habían anotado mal las bebidas.

Cuando se atiende al público el servicio lo es todo. Tal vez tuvimos mala suerte (la comida estaba buena, no hay quejas en ese sentido), pero siento que no fuimos tratados con consideración, tomando en cuenta el largo rato que estuvimos esperando. Espero que los concesionarios del lugar puedan leer esta nota, y la tomen en cuenta para futuras ocasiones.

viernes, 6 de diciembre de 2013

Impresiones de diciembre



Esta mañana
la columna de mercurio amaneció enana.

El aire tiene otra cualidad,
diáfana, como de cristal.

El cielo se recorta con precisión de ebanista
contra la silueta de los objetos a distancia,
pintado de un azul que hiere de arrogancia.

Diciembre.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Café



Una taza de café recien colado
reposa a mi lado, humeante,
mientras decido cuál será mi vestimenta.

Voy tomándomelo despacio,
a pequeños sorbos, procurando no quemarme,
aunque siento que el reloj me apremia.

Hoy es martes, otro martes igual al anterior,
seguramente igual al siguiente.
Martes de tráfico, de llegar apurado,  justo a tiempo
para marcar mi huella dactilar - antes era tarjeta-
en la máquina que controla la asistencia.

Habrá una pila de asuntos pendientes,
conversaciones medio intrascendentes,
alguna reunión imprevista,
el almuerzo despachado a toda prisa,
en el escritorio,
frente al computador;
luego un breve paseo por el centro comercial de al lado
para marcar la pausa meridiana,
y después otras cuatro horas repitiendo la misma labor.

A lo mejor algún evento no programado
cambiará un poco el ritmo del día:
la gente saldrá a los pasillos en colectivo cotilleo
y al rato se volverá a recluir en su cubil. Cubículo, quise decir.

Y cuando llegue la hora de salida, o la hora en la que pueda salir
- no siempre son la misma cosa-
repetir el viaje de la mañana,
pero a la inversa, salpicado a ratos de luces blancas y rojas,
pendiente de los motorizados, del semáforo,
de los peatones,
escuchando a algún analista político
decir las mismas palabras
recicladas año tras año
en alguna emisora FM,
procurando llegar pronto a casa,
encerrado en la oscura burbuja anónima,
buscando la invisibilidad.

Pero eso será más tarde.
Mientras tanto, trato de eternizar
mi taza de café humeante.
Lo más que se pueda.