viernes, 7 de marzo de 2014

"Candelita que se prenda..."




"Gobierno sólo para el pueblo al cual pertenezco". En situaciones normales esta afirmación no debería levantar mayores suspicacias, ya que se entendería que "pueblo" hace referencia a la población total del país. Pero estamos viviendo una situación que de normal no tiene nada, a menos que por lo que estamos atravesando se convierta en nuestra normalidad, en adelante.

¿Qué quiso decir Maduro, en realidad? Dados los antecedentes, no nos queda otro remedio que inferir lo siguiente: para él, "su" pueblo es aquella parte de la población que simpatiza con su propuesta política, o mejor dicho con la propuesta política de su antecesor y mentor, ya que él no ha hecho otra cosa que tratar de profundizar y radicalizar lo más posible esa posición. Y, por ende, quienes no pertenezcan a "su" pueblo, vienen siendo un estorbo, al que hay que reducir a la fuerza, obligar a la emigración, o simplemente silenciar. Con todo lo que implique ese verbo. El día anterior a los sucesos terribles de Los Ruices, el miércoles 5 de marzo, fecha aniversaria de la muerte de Chávez, Maduro le dio carta blanca a los colectivos para que arremetieran contra las barricadas. "Candelita que se prenda, candelita que me apagan" fue, palabras más palabras menos, el mandato. Y también fue lo que hicieron los colectivos, con el trágico saldo de dos personas fallecidas. Sin entrar a especular sobre dichas muertes (ya hay dos versiones: la oficial, que habla de francotiradores de "la derecha", y la recogida por reporteros que dice que murieron por "fuego amigo"), uno se pregunta qué hacen civiles sofocando una protesta. Para eso deberían estar las fuerzas del orden público. Pero hay demasiadas evidencias gráficas que sugieren que ambos grupos operan coordinadamente: no es normal que un civil accione un arma a pocos metros de unos Policías Nacionales sin que éstos últimos hagan algo por impedirlo, como se puede apreciar en la siguiente fotografía:



En algún momento Maduro exigió que se le reconociera como legítimo presidente, electo en unos comicios fuera de toda sospecha (según él, por supuesto). Ahora es él quien no quiere reconocer a sus adversarios políticos. Cuando hice una reflexión en Facebook al respecto de lo que significamos los que nos oponemos al gobierno, en estos términos: "La mitad del país no tiene un presidente, sino un enemigo que lo quiere ver sumiso, emigrado o eliminado" alguien me hizo ver que en realidad es mucho más que la mitad: es el tercio que históricamente ha votado en contra del chavismo más el tercio que regularmente se abstiene. Tal vez la proporción  no esté bien calculada, pero el punto es que un porcentaje altísimo de la población es percibida como enemiga por parte del régimen. Este escenario, no hace falta decirlo, es peligrosísimo y explosivo. Y los acontecimientos que están ocurriendo en el país desde hace casi un mes lo demuestran. Poner a pelear pueblo contra pueblo es criminal, sobre todo cuando una parte no dispone más que de consignas y voluntad para hacerle frente a las balas que posee la otra.

Esta locura debe detenerse. No es posible que en el afán de sofocar unas protestas, absolutamente justas de paso, se provoque una matanza entre compatriotas. Las cifras de esta crisis son alarmantes: una veintena de muertos, más de mil detenciones, más de 30 casos de maltratos físicos y psicológicos, son los siniestros números que la dimensionan.  Ahora, ¿quién le pone el cascabel al gato? De la comunidad internacional no se debe esperar nada: para ellos es un problema doméstico y como tal debe solucionarse, sin injerencia externa. Un diálogo entre las partes involucradas tampoco parece ser viable, las vías de comunicación están totalmente bloqueadas. La sociedad civil no tiene otro papel que el de proveer  las víctimas. El juego parece estar trancado, pero nadie quiere voltear las fichas remanentes y contar.  

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