domingo, 22 de marzo de 2015

La muerte sobre dos ruedas



Mucho se ha escrito sobre la anarquía con la que se conducen los motorizados en el tráfico. Cualquiera que deba manejar en el tránsito caraqueño debe estar especialmente pendiente de no tropezar, rozar o siquiera atravesarse en el camino de un jinete a motor, si no quiere verse envuelto en un problema en el cual va a llevarse la peor parte. Las cosas comenzaron a ponerse peor al permitírsele el tránsito por la Fajardo. Cualquiera que se haya enfrentado en la autopista con una columna interminable de motos y no haya podido cambiarse de canal sabe de lo que estoy hablando.

Una de las características más perniciosas del gremio mototransportado es su comportamiento en los velorios rodantes que tienen lugar cada vez que ocurre el fallecimiento de alguno de sus allegados. En esas ocasiones es preferible resguardarse en algún lugar seguro y esperar que pase la turba, que cual invasión bárbara comandada por Atila convierte todo lo que sobresalga por sobre el asfalto en tierra arrasada. Es un bacanal de aguardiente, música estridente, exhibición de armas y acrobacias temerarias con las motos. Han ocurrido varios episodios conocidos por medio de las redes sociales o por la prensa: por ejemplo el asalto colectivo que tuvo lugar en Macaracuay, en donde robaron a todos los tripulantes de los carros que estaban en la cola propiciada por el mismo velorio, con saldo de algunos vehículos destrozados y varias personas víctimas de ataques de nervios, y uno ocurrido en el oeste de la ciudad, con saldo fatal.

Cuentan los comerciantes de los lugares aledaños a los cementerios en donde se le da sepelio a los motorizados que, cuando se enteran de que va a ocurrir un entierro de ellos, cierran las santamarías de sus negocios, pues han sido víctimas de saqueos en ocasiones anteriores.

Esta semana que está por finalizar tiene en su haber tal vez el más monstruoso de esos hechos: una señora en los días finales de su embarazo, que estaba yendo a la cínica para culminar los trámites de su carta aval, se vio atrapada en un velatorio ambulante. El conductor del vehículo, tal vez por desconocimiento, tal vez por miedo, no atendió a la señal de alto que le hicieran desde la caravana y trató de rebasarla, siendo acribillado en el acto con el trágico conteo de tres personas asesinadas: la señora junta con la criatura que llevaba en su vientre, y su esposo.

Todo ésto ocurrió en las inmediaciones de Fuerte Tiuna, zona militar. Mi pregunta, retórica por necesidad, es la siguiente: ¿cómo es posible que las autoridades permitan este tipo de comportamiento en la ciudad? ¿Es tanto el poder que tiene el gremio de los motorizados que nadie le puede poner coto? No puede ser que ellos estén más allá de la legalidad sin que haya control por parte de las autoridades. Estamos a la buena de Dios, y solamente podemos contar con la buena fortuna para sortear esas situaciones.

viernes, 20 de marzo de 2015

Maestra vida y la homofobia


Anoche hubo un nacimiento en la familia, del que nos enteramos en la mañana gracias a un mensaje con video incluido por Whatsapp. Mi esposa le dijo a mi hija mayor: "mira lo que pasó ayer", y yo comencé a malcantar la canción de Blades, inserta en Maestra Vida, "El nacimiento de Ramiro". Esa que dice "nació mi niño, mi niño, nuestro niño". Por supuesto recibí mi regaño por aguafiestas. Pero la canción, como suele suceder, se me quedó pegada. Y de pronto reparé en un detalle: la frase "que no me salga marica, que no me salga ladrón".

Maestra vida es un disco que salió al mercado en el año 1980, es decir, hace 35 años. En la historia de la humanidad 35 años son apenas un estornudo, unos 5 segundos si acaso. Y el compositor de esa obra es Rubén Blades, quien es una persona de reconocida sensibilidad social. Abogado de causas perdidas, defensor de los derechos de los latinos y de las minorías. Pero eso no lo privó de poner en su canción la homosexualidad y el latrocinio  al mismo nivel. Como si la homosexualidad en ese momento fuera algo condenable.

¿Es eso indicativo de homofobia? ¿Será que Blades es homofóbico? Creo que hace falta ponernos en contexto. Tal vez todos, en los 80, y bastante después también,  lo éramos en alguna medida. Marico era el insulto más utilizado (tal vez siga siéndolo, de paso, pero con otra connotación, más hacia el chalequeo y curiosamente con mucho éxito entre mujeres, quienes se dicen mutuamente marica).  Tal como lo dice la canción, la simple sospecha de que el hijo de uno fuera gay era una especie de tragedia. Ser homosexual era un estigma, pero también lo era ser amigo de homosexuales. Era algo que se esparcía como un rumor, que se conversaba en voz baja."Me enteré que fulano de tal es marico" "No puede ser, ¡pobre carajo! Tan de pinga que era, menos mal que me lo dijiste". Hoy en día ya la homosexualidad ha dejado desde hace rato de ser un escándalo, una actividad pecaminosa. Quedan algunos reductos, por supuesto, pero cada vez más hay una amplia aceptación de los gays en la sociedad. No tiene nada de particular que en cualquier círculo de amistades haya gente de la más diversa orientación sexual. Es un tabú que quedó derogado.

Supongo que hoy en día a Rubén Blades, si tuviera que reescribir Maestra Vida, no se le ocurriría incluir esa frase en la canción. So pena de ser achacado de retrógrado por la sociedad en general. Aunque, muy en el fondo, todavía algunos tengamos ciertos resabios de homofobia. Después de todo, es difícil deslastrarse de 20 siglos de prejuicios.

lunes, 16 de marzo de 2015

De amores y domicilios - Arnoldo Rosas



Este sábado terminé de leer el libro de relatos "De amores y domicilios", de Arnoldo Rosas. Lo había comenzado apenas tres días antes, y lo leí en tres sentadas, tratando de dosificarlo y demorar su final. Se trata de un compendio de veinte cuentos que van desde la expresión mínima, lo que se ha dado por llamar microcuentos, hasta relatos con mucho cuerpo.

Una de los aspectos que más disfruté de la cuidada edición de Ficción Breve Libros, capitaneada por Roger Michelena,  es el carácter intimista, casi autobiográfico, de varios de los textos que la componen. Arnoldo nos permite darle una ojeada generosa a su intimidad, nos invita a pasar a su casa, casi que nos sienta en el sofá y nos brinda una cervecita mientras coloca en el picó un lp de Noel Petro y entra en amena conversación sobre las cosas aparentemente sencillas de la vida, pero dejando traslucir que hay algo más profundo detrás de ellas.

Leerlo es un ejercicio amable y reposado, a pesar de que de tanto en tanto saltan algunos hechos escandalosos o violentos, pero tratados con una mano suave que no permite que deriven en prosa sensacionalista. Tal vez el cuento que más me gustó es el denominado "Heracles": la narración es tan precisa que me pareció estar viendo sus escenas.  Poderoso relato acerca de la sumisión y la redención a través de la rebeldía.

Arnoldo Rosas nos confirma con este libro su grandes dotes de narrador, y de conocedor de la geografía del país, sobre todo de la de su isla natal. Una lectura grata y reconfortante, tan necesaria en estos tiempos tumultuosos.

domingo, 15 de marzo de 2015

2:00 AM

La madrugada avanza
con cadencia de caracol
deja su rastro baboso 
sobre el mantel bordado
con tanto esmero
por las manos
hacendosas
arrugadas, pálidas
de mi madre
que no supo más
sino dar.

lunes, 9 de marzo de 2015

La parálisis de un país



Esta mañana estaba conversando con un compañero de trabajo, gran amigo mío desde la época universitaria. Hablábamos sobre lo que habíamos hecho durante el fin de semana, y nos contamos nuestras mutuas peripecias para conseguir productos. Invariablemente la conversación fue cayendo en el lugar común de los venezolanos, hasta que le comenté sobre lo triste de esa situación: dos panas de nuestras edades conversando sobre cómo hacer rendir la plata y simultáneamente conseguir los productos de primera necesidad, en cambio de hablar sobre planes de retiro, vacaciones, o cosas por el estilo.

Es que el deterioro de nuestra calidad de vida es inocultable y va avanzando con prisa y sin pausa hacia el abismo. Basta con ir de compras a un centro comercial para notar la cantidad de negocios que están cerrados, o están semivacíos. Grandes tiendas como El Tijerazo o Graffiti llenan los espacios con artículos de Navidad - ¡en marzo! - y presentan grandes áreas desiertas.Y los empleados lucen sus caras largas, como si presintieran que en cualquier momento se quedarán sin trabajo al verse obligados los dueños a cerrar las puertas de sus establecimientos. Ya pasó con una gran tienda por departamentos que vendía productos en su mayoría españoles, que quedaba en la torre Bazar Bolívar: Don Regalón. Bajaron las santamarías y hasta desmontaron los letreros, signo evidente de que no lo piensan volver a abrir.

Todo apunta a que el país va a terminar paralizado. No es sólo la escasez de comida y enseres de limpieza, asunto muy grave por sí solo, sino también el efecto sobre los artefactos que nos hacen la vida más llevadera. Por citar un ejemplo tal vez banal pero ilustrativo: en casa tenemos un lavaplatos automático que en estos momentos es el escurridor de platos más caro del mundo, porque en los comercios no se encuentra el detergente que utiliza. Dentro de poco los carros también cesarán sus funciones,porque no hay cauchos ni baterías, y si llega a fallarles alguna pieza en particular lo más seguro es que no se consiga. Lo mismo va a pasar con las computadores, lavadoras, secadoras, neveras, televisores. Cuando se quemen los bombillos quedaremos a oscuras mientras conseguimos en algún lugar. Si no se revierte esta situación el país va a parecer el set de una película distópica de esas "serie B", un cementerio de carros y cachivaches regados por la vía. En resumidas cuentas, la depauperización de nuestras vidas es lo único que progresa en Venezuela.

lunes, 2 de marzo de 2015

Boyhood



La ingenuidad de la niñez. Recuerdo estar viendo en el cine Radio City, en Sabana Grande, una película de época cuyo protagonista pasaba de la infancia a la adultez. Yo me maravillé por ese hecho, pues supuse que quien representaba al niño y al adulto era el mismo actor, con años de diferencia. Por supuesto alguien mayor que yo me sacó de mi error, probablemente burlándose de mí y produciéndome de rebote la primera decepción fílmica.

Claro, es absurdo pensar que una película espere por el crecimiento de los actores. ¿O no? El director Richard Linklater hizo realidad mi presunción infantil: a lo largo de 12 años, unos pocos días cada uno, registró el crecimiento y el envejecimiento de los actores e hizo una película redonda, bien contada y bien actuada. La apuesta era sumamente arriesgada: lograr el compromiso de los actores, sobre todo de los más pequeños, mantener el hilo narrativo y la continuidad visual debe haber sido todo un reto. De hecho, me parece que lo menos importante es la historia, a pesar de ser consistente.

Como dijo acertadamente mi amiga Kelly Martínez, es un bello homenaje al hecho de crecer. La película registra con rigurosidad todas las etapas que marcan el desarrollo de un ser humano, desde que es apenas un proyecto de persona hasta que se instala en la adultez. A la vez es una reflexión sobre el envejecimiento, y el pase de testigo entre generaciones. La reflexión final de la madre interpretada por Patricia Arquette es demoledora.

También es una película sobre los valores familiares. A pesar de retratar a una familia disfuncional - padre ausente la mayor parte del tiempo, madre con terribles elecciones de pareja - los muchachos crecen bien, con valores morales y éticos bien definidos. Me llamó la atención la evolución del personaje del padre, interpretado por Ethan Hawke. Al principio lo presentan como un irresponsable, pero él mismo se encarga de dar la cara y revelarse como una figura inspiradora para sus hijos. Es quien les habla de política y de contracepción, por ejemplo, mientras la madre está más ocupada en cómo resolver la situación económica de su familia.

Hablando de los muchachos, me parece que Ellar Coltrane estuvo muy bien en su papel de Mason Jr. Un poco sobreactuada, en cambio, Lorelei Linklater, Samantha en la película e hija del director en la vida real. Una anécdota curiosa: el padre la incluyó en la película porque de pequeña era sumamente histriónica y le encantaba cantar y bailar. Cuando entró en la adolescencia se aburrió de la película y le pidió a su padre que matara a su personaje, para relevarla de la responsabilidad. Pero éste se opuso puesto que un hecho tan dramático desvirtuaría la intención original de la película. Al final la convenció y logró que completara el rodaje.

Un comentario sobre la banda sonora: es la que nos pone en contexto en el tiempo. Cada canción que suena pertenece al año que transcurre en ese momento en la película. Un buen recurso, y de paso un guiño a la nostalgia.

En resumen, una muy buena película, totalmente recomendable. A pesar de su duración, la técnica narrativa empleada, de escenas cortas que se suceden con agilidad, hace que no se le pierda el hilo a la película y logra mantener la atención hasta el final.